Historias urbanas: en este otoño argentino, con los barbijos nos parecemos todos…

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Con los barbijos puestos somos todos parecidos…

Es difícil descifrar una sonrisa, un gesto adusto, o una mueca cómplice. Con el tapabocas-nariz y mentón, sólo los ojos quedan al descubierto para comunicarnos con el que tenemos enfrente, con una voz que, muchas veces también se deforma.

Hace no mucho tiempo, mirábamos por televisión, en las antípodas de nuestro mundo, a aquellos orientales muy preocupados por los desastres medioambientales, caminar por las calles atrás de esas máscaras que por estos lugares del mundo sólo usaban unos pocos. Y hoy se hicieron tan populares y necesarias entre nosotros, que la demanda creció en alto porcentaje, acompañada, claro está con el precio, que también se fue por las nubes.

Pero además de esos industrializados existen los caseros. Esos que se hacen con una máquina de coser que hay en cualquier hogar, y que con un poco de ingenio y creatividad, se convierte en un aliado a la hora de enfrentarse con el mundo exterior.  Un recurso que nos da seguridad y parece que nos va a salvar de las garras de un bicho feroz que con virulencia quiere meterse en nuestra vida diaria y alterar nuestras mansas costumbres.

En este otoño argentino, nos parecemos todos. No sólo por el uso del barbijo. Es que este virus no hace diferencias entre ricos y pobres, optimistas o pesimistas. La realidad está signada por una nueva situación a la que nos llevará tiempo acostumbrarnos, y que indudablemente, nos marcará por el resto de nuestra historia.

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