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ADOPTÁ; NO COMPRES!!! Hoy, una nueva historia en primera persona

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Como cada semana, compartimos la historia de una de los perris del refugio. Nuestro objetivo: que cambien la Reserva por un hogar.

Hoy, el protagonista es «SALITA»:

 

 

«Yo era un cachorro feliz. Jugaba, saltaba, hacía monerías con mis patitas torpes y mi pancita redonda. Mi familia me quería mucho, mucho… o eso creía yo.

A medida que fui creciendo, empecé a romper alguna que otra cosita, porque necesitaba jugar, descargar energía, descubrir el mundo. Pero eso mi familia no lo entendía. Y nadie me explicaba cómo ser un cachorro bueno, nadie se tomaba el tiempo de enseñarme con amor. Nadie jugaba conmigo. Y como nadie me decía qué estaba bien y qué no, yo pensaba que todo lo que hacía estaba bien!!!

Poco a poco, dejaron de amarme. Cambiaron el tono de voz, llegaron los gritos y los insultos… luego los empujones y las patadas. Yo seguía moviendo la cola cada vez que los veía, esperando que volvieran a ser como antes. Pero no.

Una mañana muy calurosa, hice un pozo en la tierra para meterme y refrescarme. Era mi manera de buscar alivio. Sólo quería sentirme un poquito mejor. Pero ese fue “el límite” para ellos: me pusieron un collar y una cadena pesada. Muy pesada. Y ya no pude correr, ni saltar, ni esconder mis juguetes bajo la tierra.

No entendía nada. Ladraba, lloraba, pedía con mis ojos que me explicaran qué había hecho mal. Solo era una camita lo que había hecho… ¿por qué les molestaba tanto?

Pasaron los días, las semanas, los meses. Mi cuello estaba tan oprimido que apenas podía respirar. Sentía que sangraba, pero ya a nadie le importaba. Mi cuerpito empezó a pelarse. El sol me quemaba, la lluvia me mojaba, el viento me helaba. Y con la piel resquebrajada, sólo pedía un milagro.

Mis ojitos se empezaron a cerrar. El mundo se me apagaba. Lejos, muy lejos, escuché gritos… una pelea… pero ya no tenía ni fuerzas para asustarme. Fue entonces, cuando ya no esperaba nada, que sentí algo distinto: unas manos suaves, una mantita tibia, una voz dulce que me decía “ya está… ya pasó mi amor”. Me acariciaban.

Y ahí entendí que los ángeles existen. En el refugio me cambiaron el nombre, me bautizaron Salita, para cambiar mi karma. Y di las gracias, con el último pedacito de mi corazón que seguía creyendo en el amor».

 

«Salita» está listo para recibir y dar amor… LE DAS UNA OPORTUNIDAD???

 

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